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Pasajeros en Tránsito
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Robots Biologicos

Robots Biologicos




Todo verdadero conocimiento radica en la mente y no en la inteligencia. La mente es aquello que distingue al hermetista del profano, es un “inválido de la mente” (por carecer de ella).

El hermetista, por el contrario, tiene una mente que él mismo ha formado y desarrollado, la cual le permite alcanzar estados de conciencia superior, en los cuales tiene acceso a la verdad absoluta.

Físicamente, mente es una esfera magnética que se establece entre dos polos: el cerebro (polo negativo en el hombre) y el sexo (polo positivo del hombre). (En la mujer: polo positivo el cerebro y negativo el sexo.) Esta esfera se forma exclusivamente mediante el trabajo en sí mismo del estudiante hermetista, y es el resultado de un largo esfuerzo. Desde un punto de vista espiritual superior, la mente es la piedra filosofal mediante la cual el iniciado logra una continua transformación de metales viles (ignorancia, mentira), en oro (conocimiento, verdad), y la inmortalización de su propia individualidad.

La mente es el estómago de la inteligencia. Al carecer de ella el sapiens no llega jamás a efectuar la digestión de la información que posee, y se constituye en una “inteligencia empachada”. Glotón del conocimiento, devora y devora información respecto a muchas cosas, la cual se integra al archivo cerebral, sin llegar nunca a ceder la “quinta esencia” de su secreto. Esta inmensa masa de información que posee un sujeto medianamente culto, es precisamente la que le da la falsa sensación de “conocer muchas cosas”, y se siente con la autoridad moral para emitir toda clase de opiniones, permaneciendo ignorante de su verdadera condición de “invalidez mental” (la cual, al final, es una invalidez de la inteligencia).

El hombre se ha convertido en el “portador” de innumerables conceptos cada día más numerosos y complejos, pero el sujeto mismo, como tal, no cambia en absoluto. Es allí donde se aprecia la absoluta indefensión del sapiens: en la incapacidad absoluta de aplicar la información de la cual es “portador”, a su propia transformación y evolución. Esta imposibilidad es tan grande, que el conocimiento que posee no le sirve para mirarse a sí mismo y autoevaluarse de una manera imparcial, eficaz, objetiva y superior.

Es un hecho que el sujeto “no se ve a sí mismo”, y por lo consiguiente, está lleno de falsos conceptos sobre su propia importancia, valor y capacidad. A lo más que puede aspirar es a mejorar las condiciones materiales en las cuales vive, y a tratar, guiado por un impulso subconsciente, de alcanzar las estrellas, con la secreta esperanza de encontrar una raza galáctica superior que le enseñe a vivir como ser humano, capacitándolo para abandonar su condición animal.

Es así como tantas personas viven con la esperanza de la real existencia de los discos voladores, anhelando el encuentro con extraterrestres, que de algún modo les ayuden a superarse. Como ocurre con todas las cosas de su vida, el sapiens se aferra a esperanzas lejanas o ilusiones fabricadas para eludir las posibilidades reales que tiene a su alcance.

Es mucho más fácil soñar con platillos voladores o con dogmas religiosos de cualquier especie, que poner manos a la obra en la propia superación espiritual. El sapiens es fundamentalmente haragán, y como tal busca siempre el camino más fácil y de menor esfuerzo. Le fascina la creencia simple y la fe ignorante; se deslumbra por todo lo que puede significar tener algo sin esfuerzo ya sea por obra y gracia, del “espíritu santo”, o merced al azar.

De esta manera, elabora todo tipo de sueños absurdos, subjetivos, ilógicos, y arbitrarios; no importa el contexto con tal de aferrarse a ilusiones convenientes, tal como el náufrago se sujeta a una tabla de salvación. En busca de ese asidero el frustrado se convierte a una fe religiosa y consigue de esta manera liberarse de un yo indeseable, es decir, satisfacer su pasión de renunciación individual, desintegrándose o fundiéndose en el movimiento de masas al que ha ingresado.

Con esta “estrategia” el sujeto se realiza plenamente como haragán, ya que ni siquiera necesita pensar; solamente aceptar sin juicio ni análisis el dogma religioso al cual se ha adherido (solamente los que se esfuerzan más allá del deber y la necesidad NO son haraganes). Generalmente las personas viven soñando con algún acontecimiento futuro que cambiará radicalmente sus vidas.

Es decir, por ejemplo, si una persona es irresponsable, se entregará fervientemente a cualquier movimiento religioso o político que lo libere de toda responsabilidad, por el mecanismo de la entrega incondicional a un poder divino superior; a una muchedumbre psicológica en la cual nadie es responsable de nada, porque es anónima. Un sujeto cobarde elegirá un movimiento que lo prive de la mayor cantidad posible de experiencias vitales que involucren un peligro para la tranquilidad del cuerpo o, de la inteligencia.

El sujeto, en esta condición, otorga gran importancia al prestigio de la fuente que emana la información que él recibe. Mientras mayor sea este prestigio, ya sea de un profesor, un escritor, o una institución, mas ciegamente aceptará el estudiante los conceptos vertidos, sin molestarse en analizarlos en profundidad. También, siguiendo la misma norma, imitará las pautas de conducta de personajes famosos a quienes admire, y hará suya la ideología de aquellos individuos.

Con el tiempo, llega la persona a una completa programación intelectual, momento que marca la “defunción” de aquél intelecto, que se convierte en “inteligencia mecánica” o “muerta”. No importa cuán brillante sea el individuo; tengamos la seguridad que si está en estas condiciones será solamente un “inválido mental”, que por su miopía cerebral estará incapacitado de vislumbrar la enorme magnitud de lo que ignora, limitándose a vivir en el “huevo” de su propio saber.

Dentro de su “huevo mental”, el sujeto estará cómodo y calentito, totalmente a salvo del peligro de argumentos o hechos que lo obliguen a pensar, y llegar, tal vez, a la revisión completa de su bagaje intelectivo. Este hombre formó ya sus mecanismos de adaptación y defensa, y se arraiga ciegamente en los conceptos que conoce y domina, los cuales constituyen su árbol cultural.

En todo momento de su existencia en que este sujeto se encuentre con fenómenos, teorías, o conocimientos no archivados en su depósito cultural, los rebatirá ardorosamente si contrarían lo que él conoce, o simplemente los descalificará si le son desconocidos. Si en alguna oportunidad toma conocimiento de hechos o argumentos novedosos o sorprendentes, se sentirá amenazado sicológicamente, en especial, si están en pugna con sus intereses y principios. Sabemos que la personalidad psicológica se integra en todos más amplios a partir de unidades separadas de comportamiento.

La gente aprende mucho menos de lo que se cree de sus experiencias, ya que éstas, muy frecuentemente se integran a la personalidad bajo la forma de “clisés” y vacíos símbolos estereotipados, que no aportan a la conciencia del individuo “una lección provechosa”. Más bien, se fijan como esquemas huecos de conducta, los cuales se siguen ciegamente, sin un verdadero discernimiento. La persona se refugia: en estas directrices programáticas y se esconde y protege tras de ellas, con el fin de mantenerse cómoda e inerte, en lo que a la verdadera inteligencia se refiere.

A este conjunto de circuitos de protección y mantenimiento, lo llamamos el “huevo”, para figurar el hecho de que allí el hombre mantiene intacto su infantilismo y falta de madurez, liberándose de experimentar choques traumáticos en su enfrentamiento con nuevas realidades y exigencias vitales. Es por esto que las personas, en forma automática, rechazan toda idea nueva que no esté contenida en sus esquemas cerebrales, por valiosa o noble que ésta sea, y a la inversa, aceptan “a priori” toda sugerencia, aparentemente acorde a sus pautas, por maligna que ésta sea a la luz de un examen más profundo. En verdad debemos concluir en que el arte del pensamiento ha sido olvidado por la humanidad (si es que alguna vez lo ha tenido de manera general), y ha sido suplantado por el “arte de la imitación y la memorización informativa”.

La organización de la sociedad en instituciones de dirección y ayuda hace que en el mundo civilizado “todo esté previsto”, es decir, el estado tiene una solución para todos; aun cuando nadie quede satisfecho con la ayuda estatal, por lo menos existe una solución, ya sea para problemas médicos, educacionales, jurídicos, etc. Todo está organizado de tal manera como para que resulte difícil que el individuo pueda enfrentarse a graves peligros, o tenga que salir, como el hombre prehistórico, a cazar su alimento. Hay soluciones “tipo” establecidas para todo. El sujeto sabe hoy día que puede pasar hambre, pero que es improbable que fallezca por inanición, lo cual era un fenómeno masivo en otras épocas.

Esta relativa seguridad abona precisamente la pereza intelectual, ya que el sujeto al no ser exigido ni presionado de una manera realmente amenazante, no necesita jamás emplear a fondo su cerebro y se conforma con una plácida mediocridad, libre de conflictos intelectuales. Son muy pocos los individuos que persiguen la “verdad total”, o sea, las claves esenciales de todo lo que ha existido, existe, y existirá. Los sabios se conforman con ser “semisabios”, alcanzando solamente el conocimiento de algunas de las disciplinas científicas, artes, o letras, quedando en la ignorancia total y absoluta de sus propias naturalezas humanas y de las leyes ocultas que rigen la vida en el Universo.

No llegan jamás a conocer el secreto de la vida, limitándose a describir fenómenos diversos, sin explicar nunca qué es una cosa, solamente dicen cómo es, lo cual no resulta difícil de discernir.

Ingenuamente, muchos pensadores y hombres de ciencia cifran todas sus esperanzas para el mejoramiento de la raza humana, en un desarrollo mayor y masivo de la inteligencia del sapiens, creyendo así, que esto permitiría alcanzar una especie de paraíso en la tierra. Estas personas, desconocedoras de la ciencia hermética, no se dan cuenta que una inteligencia al servicio de la bestia no puede aportar nada que en su última acepción sea realmente beneficioso para el hombre. En efecto, entre dos bestias, una estúpida y otra inteligente, ¿cuál es más peligrosa? Por supuesto, la más inteligente.

La inteligencia sin conciencia conduce inevitablemente al caos al hombre, pero con la diferencia que lleva a un caos más completo, más sofisticado, aumentado y mejorado, en relación al trastorno provocado por cerebros mediocres.

Cada individuo se desenvuelve en la maraña de su propia ceguera, buscando ardorosamente reforzar su posición y descalificar la de otros. Con horrenda frecuencia encontramos personas que predican argumentos absolutamente necios, irracionales y espurios, pero que están completa y sinceramente convencidas que tienen la verdad y que los demás están equivocados. Aún más, sufren tremendamente ante la incomprensión de la gente. En el fondo, lo que estos seres pretenden es obtener licencia y reconocimiento para sus ideas, y alcanzar en la vida la notoriedad o importancia que la naturaleza les ha negado.


Afirmamos también que el conocimiento tiene muchos grados, y que para poder alcanzar lo superior se precisa de un proceso místico, pero no milagroso, sino de un misticismo lógico y natural. Con justicia podemos hablar de “la iluminación”, para referirnos a la plena clarificación de una inteligencia espiritualizada. Podemos decir con plena conciencia, que, el conocimiento genuino es algo “prohibido” para el sapiens, y que solamente se puede lograr cuando el individuo consigue la mutación de sapiens a hombre estelar, y adquiere así pleno derecho al saber.

La conciencia es la energía irradiante de la chispa divina o esencia, y es una fuerza sutil que se desprende constantemente del hombre, tal como la luz y el calor son proyectados por el sol. De esta manera, una persona cualquiera emana de sí misma una energía similar al magnetismo animal, pero de condición “divina”, o expresándole de otra manera, dotado de alta vibración. Sobre esta pequeña chispa divina trabaja el hermetista para hacerla crecer en fuerza y poder, lo cual consigue a través de las diferentes fases de la iniciación.

Es así como el profano es semejante al resplandor de una vela, en lo que a su conciencia se refiere. El iniciado, en cambio, según su grado de desarrollo puede llegar a ser similar a un sol, lo cual ilustra el secreto profundo de los "Hijos del Sol".

Como cada persona tiene impulsos, temores, deseos, ambiciones y sentimientos que se manifiestan como pasiones descontroladas, estas fuerza imprimen una directriz a la energía conciencia, trayectoria absolutamente incontrolable para el individuo a partir desde el momento en que esta fuerza lo abandona para incorporarse a una estructura material cualquiera. Éste es el motivo por el cual una persona puede llegar a ser totalmente esclavizada por sus posesiones materiales, las cuales lo utilizan para absorber de él, más y más conciencia.

Existen muchas obras de ciencia ficción donde se expone el tema de máquinas, ya sea robots u otras, que de improviso adquieren inteligencia propia y la consiguiente autonomía en sus acciones. En realidad, se ha procurado en dichos libros difundir ciertas ideas bajo una forma simple de relato novelesco, con el fin de hacer pensar a los lectores y prepararlos de manera muy gradual para concepciones más complejas.

A veces se disfraza una realidad de ficción, para no encontrar la oposición ciega de la masa, que niega tozudamente todas las cosas que no están comprendidas en el archivo cultural ortodoxo de la humanidad. La verdad es que este fenómeno existe y nadie está libre de él. La máquina se ha convertido en un monstruo que no “va” a devorar al hombre, porque ya lo está haciendo. El automóvil, por ejemplo, presta grandes servicios a su dueño, pero cabe preguntarse, quién domina a quién; cuál es el dueño y cuál el sirviente.

Es el automóvil quien transporta a su dueño, como un esclavo obediente, o es éste quien debe trabajar largas horas para alimentar y mantener su coche, y “conducirlo” para que pueda cumplir con la función propia de su existencia: desplazarse por los caminos a gran velocidad devorando la sangre de la tierra, el petróleo.

La energía conciencia irradiada por la masa, afecta al sujeto de manera hipnótica, porque le impone la influencia de una vibración ajena que lo impulsa a actuar de acuerdo a su particular vibración. Un regalo que nos ha sido entregado por compromiso social por una persona de malas intenciones, puede influir negativamente en nuestra salud, inteligencia y destino.

Recapitulando, el sapiens vive permanentemente en un estado sonambúlico que lo mantiene dormido, lo cual lo imposibilita para lograr un conocimiento verdadero, y que deteriora gravísimamente su conciencia y su inteligencia. Cada día aumenta su saber a costa de su esencia humana, la cual se jibariza en relación directa al aumento de la extensión y potencia de la programación cerebral del sujeto.

Esta programación lo convierte en un verdadero “robot biológico”, con reacciones automáticas en lo fisiológico, instintivo, emocional, e intelectual.

Las ideas, las opiniones, o los sentimientos del individuo, pierden toda validez humana, para transformarse en meros circuitos activados por influencias externas, las cuales se convierten en los elementos desencadenantes de las reacciones internas de la persona, mero resonador del concierto cultural y de la marea afectiva e instintiva de la humanidad.


de "El hombre estelar"